Algunas conductas de los hijos, cualquiera que sea la unidad familiar de la que hablemos, expresan mucho más de lo que pensamos, lanzan alarmas, necesidades que muchas veces no sabemos interpretar. Es la Educación que recibimos de los hijos, la que nos invita a reflexionar sobre cómo establecemos las relaciones con ellos y qué esperan de nosotros. ¿Sabemos interpretarlas? A continuación, varios ejemplos pueden ayudarte a ‘traducir’ el significado de algunas conductas que nacen de la inocencia para reclamar su espacio.
Recuerdo especialmente el caso de Amanda, de tan sólo tres años, que cada día en el Centro Escolar repetía a los docentes la misma pregunta: «Seño, ¿tú me quieres?»
Acercándonos a conocer más acerca de la vida de la pequeña descubrimos que sus padres viven separados desde que ella contaba tan sólo unos meses de edad. Estos padres mantienen desde entonces y a través del juzgado diferentes disputas… También supimos que Amanda repite la referida pregunta a cuantos adultos mantienen con ella una relación de cercanía: Papá, ¿tú me quieres? ; Mamá, ¿tú me quieres? ; Tita, ¿tú me quieres? ; Abuelita…
Comprendimos en ese momento que lo importante no es en sí el contenido de la cuestión. Más bien lo que adquiere relevancia es su insatisfecha insistencia y la fórmula empleada: personalización de la pregunta (Papá, Mamá, Tita…); y la concreción del contenido mediante el uso del pronombre personal tú.
¡Qué interesante! A Amanda le interesa muy poco nuestra respuesta, sabe de sobra que la queremos. Parece más interesada en que este juego continúe el máximo tiempo posible, una estrategia tan simple y sofisticada a la vez.
¿Qué es lo que realmente preguntaba Amanda entonces?: ¿Estás ahí?, ¿estás conmigo?, ¿no vas a dejarme, verdad? La niña pregunta por la compañía de otros concretos y se asegura así mantener la relación entre ella y el receptor de la pregunta. El juego despierta una curiosidad entre los adultos que comparten la vida con Amanda que les impulsa a estar unidos, aunque sólo sea para preguntarse unos a otros qué será lo que le pasa a la niña no para de preguntar tantas veces lo mismo.
Otro ejemplo ilustrativo… Hace ahora unos meses Andrés, un chico de 4 años, trajo un día a clase una fotografía en la que lo podemos ver vestido cómicamente con una enorme cazadora negra, unas gafas oscuras y una gorra campera. Aquel día esa imagen saltó a la actualidad del colegio. Sus compañeros de clase, y en general todo el equipo del centro se llevaron a casa en la retina la imagen de aquel angelical espantapájaros. Andrés explicó a algunos que la indumentaria pertenecía a su papá.
Veo en esta modalidad de comunicación inventada por Andrés muchas similitudes con la ideada por Amanda. Mostrando y explicando su fotografía el pequeño nos decía: mi papá está conmigo, soy como mi papá, tan aceptado por él que puedo vestir sus prendas. Y por su insistencia me pareció entender que nos solicitaba que hablásemos mucho de la unión existente entre él y su padre. Desde luego consiguió transformar un día cualquiera en aquel día en que Andrés nos habló y nos hizo conversar tanto acerca de su relación con su padre, en un tono muy alegre y cordial.
Así, los anteriores son ejemplos claros de formulaciones ideadas por la imaginación de los niños que consiguen el desarrollo de tres importantes funciones:
- Asegurar y fortalecer los lazos existentes entre ellos y los adultos con los que están vinculados.
- Estrechar las conexiones que ligan entre sí a los propios adultos que constituyen la red social en la que vive el niño.
- Despertar en los mayores la curiosidad que asegura atención hacia el mundo infantil, reflexión acerca de sus cualidades y, por tanto, evolución hacia nuevos estadios de desarrollo.
A su corta edad, los niños consiguen con estas intervenciones construir situaciones que invitan a los adultos a la reflexión acerca de sus necesidades. De estas y otras maneras los niños tejen circunstancias que proponen a los mayores reflexiones útiles para explorar el estado presente y el desarrollo futuro de los vínculos familiares y sociales.
A veces, el contexto elegido por los niños para formular sus interrogantes es de carácter público o social, pero en otras, el ámbito es privado e íntimo. Es el caso de Carmen, la hija pequeña de unos amigos, que aprovecha las apacibles mañanas de los fines de semana en las que el despertar se retrasa para hacer una visita al dormitorio de sus padres. Caminando con sigilo entra en la estancia hasta situarse a los pies de la cama donde queda observando el descanso de sus padres hasta que alguno la descubre y con cualquier frase le proporciona la oportunidad de preguntar: «¿Puedo acostarme con vosotros?» Lo que viene después es una escalada por los pies de la cama hasta conseguir acceso a la privilegiada situación intermedia entre su papá y su mamá.
Me despierta curiosidad esta forma ecuánime, imparcial, de acceso. Carmen sabe que entrar por los pies de la cama es entrar por un lugar que no provoca discriminación, que no margina a ninguno de los padres, que responde sin palabras de manera genial a la absurda pregunta adulta que a veces dirigimos a nuestros hijos sin piedad: ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?
Cuántas fórmulas diversas utilizan los niños para animar a la revisión de nuestros esquemas acerca de sus necesidades relacionales y las nuestras. Cuántas ideas forja la imaginación infantil que consigue fortalecer los lazos de amor entre los mayores, les asegura que estamos con ellos y que estamos unidos en el estar con ellos. Qué asombroso mundo infantil se despliega ante nuestros ojos y apenas somos capaces de rozarlo con las yemas de los dedos…