De la emoción colectiva a la revelación de la fe

Hace muchos años mi madre y mi padre nos despertaron a mis tres hermanos y a mi en mitad de la noche para llevarnos a un lugar desconocido hasta el momento para nosotros.

Tras levantarnos de la cama nos dieron a beber la tradicional infusión de la madrugada: manzanilla hecha en agua recién hervida. Esa bebida caliente preparaba el cuerpo para afrontar la madrugada y el resto del día reconfortándolo y aportándole el calor que a esas horas se precisa.

Abrigados convenientemente nos metimos los seis en el coche: en aquel año cabíamos todos en el Renault 6. Emprendimos carretera en dirección a la aldea. La noche era oscura, no recuerdo luna, pero las estrellas que lucían avanzaban, misteriosamente, al ritmo del coche.

La procesión de la Virgen de El Rocío, al alba Imagen: La Voz Digital
La procesión de la Virgen de El Rocío, al alba Imagen: La Voz Digital

Llegamos a la aldea, bajamos del coche y buscamos dónde esperar a la Virgen. Mis padres encontraron una esquina que les pareció el lugar adecuado. Siendo niños no podíamos ver demasiado qué ocurría a nuestro alrededor: gentío, inquietud, polvo, oscuridad de la noche, alumbrado artificial. Nos dábamos cuenta de que los cuerpos de los adultos nos impedían ser conscientes de todo lo que pasaba, pero confiábamos en las decisiones de nuestros padres.

Una amable señora vecina del lugar tuvo la amabilidad e invitarnos a subir a la azotea de su casa y nos proporcionó así una atalaya desde la que contemplar al inmensidad de la explanada plagada de gente que se extendía ante nuestra atónita mirada infantil.

El gentío que arropa el paso de la Virgen de El Rocío por la aldea. Imagen El Rincón Cofrade
El gentío que arropa el paso de la Virgen de El Rocío por la aldea. Imagen El Rincón Cofrade

Fueron solo unos minutos los que tardamos en orientarnos en el espacio. En esos instantes contemplamos cómo cientos de personas esperaban algo. Mi mirada infantil solo tenía curiosidad para observar sin expectativas de qué pudiera suceder en aquella noche que estaba a punto de expirar.

La noche se acabó cuando unos primeros rayos del alba rasearon a pocos centímetros de la multitud y una especie de murmullo silencioso de respeto emanó del gentío. Todo quedó parado en el tiempo hasta que continuó discurriendo cuando el palio de la Virgen apareció. Esa imagen estremeció mis emociones y cautivó mi alma: el abigarramiento humano de cuerpos que soportaban a la imagen de la Virgen. Supe en ese instante qué era la parallel space-multi accounts conciencia de masas y supe en el mismo acto que no jamás sabría describirla. Supe una tercera cosas al unísono: creer en el ser humano iba ser mi fe.

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Imagen: La Información

Entre la masa humana que porta cada año la imagen de la Virgen del Rocío hay hombres rudos, muchachos, mujeres entregadas, gente, personas igualadas por la entrega a su fe. Entre unos y otros no hay espacio físico pues se abigarran estrechamente hasta mezclar sus prendas, sus brazos y su sudor.

De esa masa humana emana cada año una energía emocional que me enseñó para siempre que mi fe sería creer en el ser humano y dedicar mi vida a conocerlo individual y colectivamente.