Lo que siente un/a alumno/a con TDAH
¿Tienes idea de lo que se siente al saber la respuesta y no saber comunicar tus ideas o pensamientos?, ¿tener claros los conceptos más difíciles pero los conceptos más sencillos no los entiendes?, ¿y no tener la habilidad para comunicarte verbalmente? Y cuando lo intentas hacer, trabarte y perder el hilo de tu participación.
Tener mala calidad en el trazo de letra, falta de estructura y limpieza en los cuadernos. Intentar hacer un resumen que copiaste del pizarrón y que la maestra no entienda porqué tu letra es mala, te saltaste renglones o está incompleto porque la maestra borró el pizarrón antes de que terminaras.
Imagínate el estar recibiendo sellitos de “cochinita” o de muy “sucio”. Y por si fuera poco te arranca la hoja para que repitas el trabajo.
Mi vida escolar en la primaria fue muy desagradable: No entendía las matemáticas, no entendía lo que leía, a pesar de que trataba de poner atención era como si me estuvieran contando un cuento de ‘aliens’. La maestra de 3° Grado me pedía hacer multiplicaciones de dos cifras y a mí se me olvidaban las cifras de llevar, la maestra de 4° me decía «güera desabrida» cuando no realizaba alguna tarea o era tanta tarea que mi mamá me ayudaba a hacerla. En 5° Grado la maestra no dejaba de gritar y evidenciar mis errores. Odiaba los quebrados, la raíz cuadrada, las multiplicaciones, en verdad no entendía por más que lo intentaba. Tomaba clases particulares y me quedaba después de la escuela a realizar operaciones, terminaba exhausta.
Siempre estaba sentada, callada, sin moverme siquiera. Muy insegura y tímida. Constantemente me distraía, perdía mi estuche, lápices, colores, mi mochila, libreta de tareas y mis chamarras. Me decían «pon atención, deja de platicar» y yo me preguntaba, ¿cómo hago eso?
En las clases meditaba o viajaba con mis ideas lejos de la explicación de las maestras. Cuando aterrizaba al planeta Tierra ya mis compañeras, estaban empezando otro trabajo. Y yo, como siempre, ya había perdido el lápiz y tardaba más en empezar. Por supuesto que cuando no hacía la tarea o un trabajo me quedaba castigada en recreo.
Mi escritorio estaba hecho un desastre, papeles metidos por doquier arrugados y rotos. Daba miedo ver mi banca. Constantemente, la maestra de inglés citaba a mi papá para decirle “esto es lo que encontramos en el escritorio de su hija”. Me ponía colorada de la vergüenza, ellos no entendían que por más que quería ser ordenada y estructurada no podía.
Con mucha frecuencia las maestras me decían, ¿Qué te pasa? ¿Eres tonta?, Si tú quisieras, podrías hacerlo, eres una floja, no le echas ganas o la frase habitual de la directora «¡No le macheteas!». Por supuesto que sí quería sacarme mejores calificaciones en diversas materias, ser más ordenada, y tener bonita letra, pero no sabía qué pasaba y mucho menos cómo hacerlo. A veces creía que realmente sí era tonta.
Mis padres y maestras siempre esperaban más de mí, sabía que no cumplía con sus expectativas, pero créanme yo hacía mi mejor esfuerzo.
No todo estaba perdido, tenía algunas habilidades: era buena para leer en voz alta, en ortografía, en memoria visual, dominaba perfectamente las tablas de multiplicar y también con el inglés.
Recuerdo que un día que intenté ser audaz me fue pésimo. Estaba nerviosa por el examen de Historia, era de culturas e hice un acordeón muy completo. Llega el día del examen y ‘upsss!’ me sorprende Miss Begoña ¡justo cuando apenas lo sacaba! Ni una respuesta pude copiar. Oportunidad que no perdió para evidenciarme delante de todas mis compañeras.
Recuerdo que le pedí una oportunidad para volver a hacer el examen y me la dio. Para mi asombro y el de ella, me saqué 8. ¡No lo podía creer, realmente pensé que era tonta! ¡Y saqué un 8! ¡Wow! Para mí fue un momento de gran felicidad que se esfumó cuando las maestras lo hicieron público y mandaron llamar a mi mamá. Hasta 6° no se me quitó la etiqueta de copiona.
Cuando inicié la secundaria resulta que durante dos ciclos escolares fui el primer lugar de mi generación, aparecía en el cuadro de honor. Sacaba 9 y 10. Sin embargo, mi letra era igual de horrible y era tímida al participar. Eso sí, me hice más sociable, tenía muchas amigas, hacía travesuras que nadie creía que hacía pues para ellos era la mejor portada. Los maestros me ponían de ejemplo. Ellos creyeron en mi inteligencia y en mis habilidades y a su vez hicieron que también yo creyera en mí.
La preparatoria no fue tan fácil. Iba bien pero las matemáticas no eran lo mío, Reprobé 4 veces el extraordinario, seguía siendo tímida y mi letra no cambiaba. Pero lo bueno es que la mayoría de los trabajos eran a máquina, artilugio que disminuyó mi dificultad de motricidad fina nunca detectada en preescolar y primaria, pues en ese entonces, no existía el Departamento de Psicología.
Sin duda, la Universidad fue lo mejor que viví después de la secundaria. Por primera vez saqué 10 en Estadística, conocí a la mejor maestra, quien me ayudó a eliminar mis lagunas en matemáticas y fui el primer lugar de mi grupo. Cuando hablaba en público lo hacía con gran facilidad, incluso me felicitaban por igual, maestros y compañeros.
Hoy, varios me preguntarían: «¿Qué estudiaste?» Y yo les responderé: «Psicóloga Educativa y una especialización en problemas de aprendizaje». A partir de ahí me di cuenta de que yo tenía un problema de aprendizaje en Matemáticas. Cuando trabajé en la Sociedad Mexicana de TDAH me di cuenta de que cumplía con la mayoría de los síntomas del TDAH tipo ‘Inatento’, diagnóstico corroborado por una renombrada neuróloga de mi país.
Hoy en día sigo siendo dispersa, desorganizada, distraída, retraída, pierdo cosas y se me olvidan algunas otras. Aprendí a conocerme más y saber que en la noche mejora mi atención y retención, que en épocas de estrés invierto palabras al hablar y mi memoria comienza a fallar. Las matemáticas me gustan más, aunque el álgebra no es lo mío. Pero fuera de eso, soy una persona funcional, dinámica, creativa, responsable y exitosa.
Con mis alumnos me di cuenta que «Querer no es siempre Poder» (frase que recuerdo de mi mentora Regina) y el no entender o no poder no significa que sean tontos. Que en ocasiones hace falta tener estrategias de lectura y de seguimiento de instrucciones y lo más importante, tener mayor mediación por parte de los maestros.
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Ahora que soy maestra y psicóloga he aprendido a ponerme en el lugar de mis semejantes, alumnos y pacientes. A entender sus dificultades y disminuirlas a partir de sus fortalezas.
Ojalá muchos maestros aprendan a ser más empáticos, solidarios y amorosos con sus alumnos. A ser más pacientes, ser guías y compañeros de viaje. A no juzgarlos o lastimarlos con palabras que los marcaran toda su vida.
Jéssica Rosas Cristiani-Psicóloga Educativa
[Imágenes extraídas de Creative Commons Images]